Redacción – ‘Brillará blanca y celeste, la Academia Racing Club’. Con epicentro en el barrio de Avellaneda, la canción emblema de la afición suena alto y fuerte, como en los grandes momentos de su historia, en cada rincón de Argentina y en los diferentes puntos del planeta donde se respira la pasión racinguista.
El 1-1 en su visita a Tigre, durante la pasada madrugada de lunes, le valió a Racing para ser campeón de la Superliga argentina con una jornada de anticipación, cinco años después de su última consagración en el plano local. De este modo, el nuevo dueño del título suma su novena estrella en la era del profesionalismo –se inició en 1931-, tras las obtenidas en 1949, 1950, 1951, 1958, 1961, 1966, 2001 y 2014.
Las celebraciones empezaron bien temprano, incluso antes de la coronación, porque una multitud se acercó al hotel de concentración en la previa del partido para despedir a la plantilla en medio de una fiesta de banderas, bengalas, cánticos y mucho color y calor.
Ya consumada la obtención del trofeo, la mitad de Avellaneda se engalanó de celeste y blanco al igual que el Obelisco, el histórico monumento del centro de la ciudad de Buenos Aires, donde se detuvo el autocar con los futbolistas para festejar por todo lo alto junto a los miles de hinchas que se acercaron hasta allí.
Hace más de cien años, allá por 1915, tras una exhibición ante River, nació el apodo con el que mundo conoce a Racing. Si a lo largo de la historia hubo equipazos que hicieron honor a ese mote de ‘Academia’, como el tricampeón de mediados del siglo pasado o el mítico ‘equipo de José’, que logró la única Libertadores que ostenta el club y resultó el primer conjunto argentino en ser campeón del mundo, éste conducido por Eduardo Coudet no fue la excepción.
No sólo por los datos estadísticos, que lo avalan como un gran campeón (ganó más que ninguno, perdió menos que todos, fue el equipo más goleador y la valla menos vencida y obtuvo casi el 80% de los puntos en disputa), sino también por el estilo y el nivel de juego: una apuesta claramente ofensiva y una búsqueda de protagonismo permanente, asumiendo riesgos aunque sin perder el equilibrio.
A la hora de los nombres propios, además del ‘Chacho’, vital a la hora de poner el ojo en los refuerzos y saber llevar muy bien las cosas desde el banquillo, sin dudas el primero que surge es el de Lisandro López, que tras una década en el extranjero, en 2016 volvió al club de sus amores para cumplir este sueño de ser campeón, algo que además logró con un protagonismo central: capitán, líder espiritual y pichichi de la liga, nada menos.
En el marco de un equipo cuya principal virtud fue saber funcionar como tal, también destacaron el portero Arias, casi imbatible desde la sobriedad y el perfil bajo; el chileno Marcelo Díaz, cerebro del equipo en el centro del campo; los mediocampistas Zaracho y ‘Pol’ Fernández, con su dinámica, explosión, atrevimiento y buena cuota de gol; o la firme dupla central que conformaron Sigali y Donatti.
Diego Milito, sin dudas uno de los máximos ídolos de la historia de la institución, fue campeón como jugador en 2001 y 2014 y ahora se apunta su primera estrella en la función de manager. Clave para convencer a los refuerzos, también debió –y supo hacerlo- lidiar con el ‘conflicto Centurión’ (durante la derrota con River el delantero discutió y hasta llegó a empujar al entrenador, lo que provocó su marginación del plantel) y logró que el conjunto saliera indemne y hasta fortalecido de eso.
Brilla. Brilla fuerte y bien alto. Brilla colmada de gloria, la Academia Racing Club.