El Barcelona deberá ganar al Bayern, en Munich, si quiere asegurarse el pase a los octavos de final de la Champions. Deberá hacer los deberes el último día después de ser incapaz de ganar al Benfica en un Camp Nou entregado de principio a fin y deprimido cuando acabó el partido tal como empezó: 0-0 y su futuro más en el aire que nunca.
Mereció por juego ganar el equipo azulgrana, que propuso un juego claro y reconocible, que nunca perdió la fe pero que adoleció, otra vez, de gol. Su mayor déficit fue su mayor condena. No marcó, no ganó, y se quedó pasmado. Y derrumbado.
Relanzado en la moral todo el barcelonismo, desde el vestuario y hasta la grada, por el discurso optimista y osado de Xavi, ni la lluvia evitó que el Camp Nou fuera, a pesar de la escasa media entrada (48 mil aficionados), una olla a presión y que el Barça entrase en el partido con hambre descomunal. Presión alta, juego abierto, sorpresa con el esquema ofensivo, rapidez en la combinación… Y déficit en el remate. Hay males tan conocidos que parecen imposibles de superar.
El Barça buscó con tanta decisión como inconsistencia la portería de Vlachodimos, a quien puso prueba Jordi Alba, falso extremo, concretando una rápida contra en la que fue la primera ocasión azulgrana, rozándose ya la media hora y antes de que en un apenas minuto el Benfica helase la sangre al barcelonismo.
Primero Ter Stegen salvó con las piernas un cabezazo de Yaremchuk a la salid de un corner y casi inmediatamente después Otamendi soltó un obús que entró en la portería… y que no fue gol porque en el lanzamiento de corner en que nació la jugada la parábola de la pelota había salido del campo.
El susto estaba ahí. Cabeza fría y corazón caliente demandaba un partido que a cada minuto que pasaba se convertía en una guerra de nervios, con el Benfica aposentado, evitando entrar en pánico, y el Barça con el desespero en los talones. Y la suerte de espaldas cuando rozándose el descanso la cruceta evitó el gol de Demir en un fantástico remate de rosca.
CON TODO Se entendía ya entonces una segunda parte, definitiva, con los nervios a flor de piel. Le costó al equipo azulgrana hacerse ver y buscó cambiar el guión Jorge Jesús dando entrada a Darwin Núñez para frenar el ímpetu ofensivo de los defensas azulgrana, a lo que respondió casi de inmediato Xavi con la puesta en escena de Dembélé, el genio de cristal que, recibido con honores, debía desequilibrar la balanza.
Le ocupó apenas dos minutos hacerlo por primera vez, ganando la línea de fondo y centrando perfecto para que al cabezazo de Frenkie de Jong respondiera excelso Vlachodimos y comprendiera Jorge Jesús, el entrenador de los lisboetas, que la media hora final podía convertirse en un ejercicio de resistencia desesperado ante el abrumador ataque que se esperaba del Barça.
Pero fuera por una razón o por otra, el equipo de Xavi siguió sin perder la cabeza, atacando con paciencia y solo rompiendo por velocidad a través de las internadas por banda de Dembélé… Decidido pero sin dar síntomas de histeria lo intentó de todas las maneras el Barça, que hasta sufrió la anulación de un gol, a Araújo, por fuera de juego cuando el reloj, minuto 83, ya quemaba.
Ya sin más tiempo, ya sin nada que hacer, el desenlace fue dramático. Los últimos ocho minutos, con los cuatro de prolongación, fueron un querer y no poder para el Barça, casi tan roto física como moralmente y al que hasta salvó la derrota un error descomunal de Seferović…
Casi fue lo de menos, casi. Porque la depresión con que se recibió el empate fue de época. Como lo es, o será o sería, la eliminación que tanto se sospecha.