Redacción – Se decía de Salah que había perdido la chispa que le encumbró el curso pasado a lo más alto. Pero el futbolista egipcio se reivindicó en la noche más propicia, obligado el Liverpool a sumar el triunfo frente al Nápoles para acceder a los octavos de final. Lo logró con un tanto del delantero y también gracias a una milagrosa intervención final de Alisson, coreado su nombre al término de un partido que también quedará marcado en la historia reciente de Anfield (1-0).

Pocas veces un choque en la fase de grupos de la Champions había provocado tanta expectativas como el que enfrentó al Liverpool y al Nápoles. Dejaron ambos equipos los deberes para la última fecha y se citaron en Anfield, solemne como en las grandes noches europeas. No falló la hinchada del cuadro inglés, incondicional desde la previa, omnipresente cuando el balón fue el protagonista. No lo fue tanto el juego, escaso durante un primer tiempo presidido por los nervios a fallar.

Tomó el Nápoles la iniciativa pero le duró poco el control, entregado el encuentro a la irregularidad y a las imprecisiones. Había demasiado en juego como para esperar finura. El empate favorecía al Nápoles y Ancelotti replegó. Se ajustó el italiano al 4-4-2, con Callejón como interior. Klopp, de pie en todo momento, aplaudió cada acción de los suyos, consciente de que el billete también pasaba por controlar el factor emocional. Apeló a ello el Liverpool, cada vez más metido en el partido.

Le anuló el árbitro un tanto a Mané por fuera de juego, precedido por una acción violenta de Van Dijk sobre Mertens que bien podría haberle costado la expulsión. Superó el Liverpool los primeros apuros y encontró su mejor expresión a través del robo y contragolpe. De las botas de Salah nació el desequilibrio local, encomendado al egipcio en un partido con tintes de eliminatoria. Volvió a ser el faraón de Anfield, capaz de dejar a dos defensas atrás dentro del área para anotar el 1-0 (33’).

Logró el objetivo el Liverpool pero le quedaba una larga travesía por delante. Ni siquiera el 2-0 le hubiera relajado, amenazado con un posible tanto del Nápoles que hubiera clasificado al conjunto italiano. Pero se guardaron las emociones para el final, librado el equipo de Klopp a la verticalidad. La tuvo Salah y sobre todo Mané tras una triangulación rápida, solventada con reflejos gracias a la intervención de un Ospina que mantuvo con vida y con esperanza a los suyos.

Klopp, sin embargo, reaccionó con inteligencia y le puso frenos al encuentro con los cambios de Fabinho y Keita, ambos para aguantar una ventaja mínima pero suficiente. Le faltó convicción al Nápoles en esa última fase, capaz de indultar al Liverpool en el descuento tras un disparo de Milik a bocajarro que salvó Alisson in extremis. Quedó en silencio Anfield hasta el final, desatado tras la confirmación del pase de los suyos, aliviados por el rescate del arquero y de Salah.