El Barcelona logró lo impensado, lo mágico, remontó un 2-0 al Sevilla y se metió a la final de la Copa del Rey dos años después.
El Barcelona necesitaba una remontada poco menos que milagrosa visto el 2-0 de la ida, y épica y soberbia fue esa remontada. Ganó, en la prórroga, por 3-0 después de que al gol de Dembélé a los 12 minutos no le siguiera hasta el 93′, alcanzándose el final del tiempo añadido, el 2-0 de Piqué. Y en el 94′, ya en la prórroga, la estocada de Braithwaite.
El efecto Piqué llegó en el último suspiro, cuando el Sevilla ya celebraba su clasificación y el central azulgrana, líder auténtico en orgullo y determinación, remató de cabeza, y con el corazón, un centro ya desesperado de Griezmann. Gol. Euforia desmedida, vacío incómodo en una grada que habría celebrado con éxtasis el tanto. Y prórroga, la cuarta de este 2021 de un Barcelona que redondeó su remontada con un centro de Alba que remató Braithwaite apenas comenzada.
Al Barça le ha hecho ya efecto la vacuna de Koeman. El «estamos cambiando cosas» que tantas veces ha repetido en la sala de prensa el entrenador holandés ha dejado de ser una simple frase para convertirse en una nueva imagen del equipo, que ha tomado conciencia, nunca es tarde, de su propia grandeza y se ha rebelado contra la rendición. Ganará o no, mostrar el orgullo que enseñó este miércoles podrá considerarse ya un éxito.
En el Barça no existen las temporadas de transición. Esta afirmación es tan manida, ha sido tan repetida y se ha escuchado tantas veces que ha tomado consideración de certeza… Cuando no lo es. O no debiera serlo. Viniendo de donde viene y estando donde está, a todos los niveles, el equipo azulgrana tiene derecho a no levantar títulos. Si acaso lo que se le debe exigir es una pelea, un orgullo y una imagen como la que pudo verse en esta semifinal que le enfrentó al Sevilla, en la que convirtió el partido de vuelta, desesperado por una remontada acaso utópica, en una clase maestra de lo que, se supone, quiere su entrenador.
Repitió Koeman la alineación, sistema, esquema y ambición que le dio la victoria el último sábado en el Sánchez Pizjuán. Y repitieron sus jugadores la misma sensación que en el duelo liguero, dominando y encerrando a un Sevilla que confió su suerte, durante toda la primera mitad, a una defensa ordenada, que no perdió el norte ni con el gol de Dembélé, y a buscar la espalda de la defensa azulgrana en los contados contragolpes de que dispuso.
Dembélé avisó a su manera hasta tres veces en diez minutos. Despistado, indolente, anárquico, lento… Y soberbio finalmente para sacarse de la nada un gol magnífico, después de una jugada que resume su personalidad en azulgrana: perder el balón, recuperarlo, liarse con él, darse la vuelta sin atender a que medio equipo le pide que se asocie y soltar, de pronto, un obús escandaloso al que Vaclik apenas pudo responder con la mirada.
El 1-0, con solo doce minutos jugados y con lo que se veía en el campo, invitaba a soñar con la remontada azulgrana, que estuvo cerca de igualar la eliminatoria hasta en tres ocasiones, la más clara en un invento de Messi, personal e intransferible, que acabó con Acuña salvando el gol bajo palos, cuando el 2-0, la igualada de la eliminatoria, se sospechaba cierta.
No lo alcanzó el Barça en la primera mitad, de la misma manera que el Sevilla ni rozó la posibilidad de asestarle ningún golpe. Y bien que debió lamentarlo Koeman en el descanso, entendiendo, como así sucedió, que en la continuación Lopetegui no permitiría un repliegue tan evidente de los suyos.
Afeó el entrenador del Sevilla el carácter timorato de sus hombres en el vestuario y aparecieron en la segunda mitad con un mayor ímpetu, menos encerrados y deseando defender lo más arriba posible, mantener el balón lo máximo posible y desgastar las esperanzas del Barça… Pero se encontró enfrentado a un rival desesperado en gustar, gustarse y pelear hasta el último suspiro.
Siguió mandando el grupo de Koeman, sin llegadas tan claras como en el primer tiempo, pero manteniendo el tono, la ambición y la intensidad. Así rozó el 2-0 con un remate acrobático de Alba que se estrelló en la cruceta a los 66 minutos y se relanzó a los 72′, cuando Ter Stegen detuvo un penalti a Ocampos, en una jugada más que polémica al buscar el choque el propio jugador sevillista con Mingueza para provocar la pena máxima.
Siguió, siguió y siguió intentándolo el equipo azulgrana a pesar de comenzar a flaquear en el físico, viéndose el Sevilla más entero frente al cansancio local y solventando entonces Lopetegui, pasada la media hora, dar dos pasos al frente, comenzando una presión asfixiante que pesó como una losa en el Barça, al que le costó reencontrarse con sí mismo, por más que lo hizo, en espíritu de lucha.
Querer pero no poder. Atacar con más ganas que ideas, volcarse sin mantener el orden y entender que solo atado a un milagro podía mantener la esperanza. Así se dirigió el equipo de Koeman al desemboque del partido, volcado hacia el área andaluza, buscando el milagro… Que llegó en el último suspiro, con el cabezazo de Pique que igualó la eliminatoria y la condujo a una prórroga dibujada con ánimo azulgrana.
Koeman, que empieza a estar tocado por una varita Cruyffista en lo que a suerte se refiere, acertó hasta en los cambios, puesto que fue Braithwaite, remedio de urgencia, solución desesperada en el minuto 89, quien remató en el 94 el 3-0. Ver para creer.