LeBron James jugó el segundo partido de las Finales 2020 con 35 años y 277 días. Lleva 17, media vida, en la NBA, y está disputando sus décimas Finales. Después del aplastante triunfo del miércoles, se hartó a hablar con cautela y exigir responsabilidad competitiva a su equipo: solo era un partido, una serie cambia en una secuencia, en una jugada. Con el aviso de 2011, una derrota dolorosa (con los Heat, precisamente, y contra los Mavericks) en la que ganó el primer partido y se dejó remontar el segundo desde una posición de mucha ventaja, LeBron tenía los cinco sentidos puestos en este choque bisagra. Por primera vez, está 2-0 en unas Finales.

A dos victorias de su cuarto anillo, a dos del decimoséptimo de los Lakers, un coloso dormido al que prometió despertar en el verano de 2018, cuando muchos creían que se mudaba a L.A. para hacer películas.

LeBron, con esos 25 años y 277 días, jugó un partido extraordinario. Primero leyendo la defensa en zona de Miami, después haciéndose a un lado cuando arreció el huracán Anthony Davis en el tercer cuarto; Y, finalmente, evitando como mínimo un buen susto y, quién sabe, quizá otra remontada que recordar con amargura: anotó 10 puntos en el último cuarto, ocho casi seguidos cuando los Lakers se habían quedado secos en ataque. Y acabó con 33, 9 rebotes y 9 asistencias. Y sin una sola pérdida de balón.

Sus puntos y su inteligencia decidieron un partido que siempre estuvo inclinado pero nunca combado del todo y en el que los Heat convirtieron un 82-64 en un 108-99. No llegaron más allá y se enfrentan a una montaña (2-0 en contra) agotados, con menos de 48 horas de descanso (el tercero es mañana a la 1:30, hora española)… y con demasiada artillería en la enfermería.

Porque los Heat jugaron sin Bam Adebayo (esguince cervical) y sin Goran Dragic (desgarro en la fascia plantar). Ninguno de los dos está descartado para mañana pero su equipo no solo los necesitaba en la pista: los necesita a pleno rendimiento. Sin ellos, el plan de Spoelstra puede ser todo lo bueno que se quiera y Jimmy Butler puede carga contra gigantes hasta el fin de los días (y puede hacerlo). Pero la sensación es que, así, a los Heat no les va a llegar para ganar cuatro de los próximos cinco partidos. Y esa es ya su única cuenta para llevarse el título. Los Lakers, por cierto, solo han perdido una vez en la lucha por el título desde un 2-0 a favor: en 1969, contra los Celtics. El año en el que Jerry West se convirtió en el único jugador con un MVP de unas Finales perdidas.

Sin Dragic ni Adebayo los Heat pierden a dos de su tres máximos anotadores, a su principal reboteador, a dos de sus tres líderes en asistencias. Pierden más de 37 puntos, casi quince rebotes y más de 9 pases de canasta (según las estadísticas de estos playoffs). Pierden la capacidad de crear del esloveno y la energía en las zonas del pívot de Newark. Pierden muchísimo, casi todas sus balas en una serie en la que ya partían como cenicienta.

Aún así, jugaron un segundo partido de enorme mérito. Primero porque se agarraron a la pista cada vez que los Lakers amenazaron con sacarles de ella. Después, porque obligaron a un rival con mucho más a resolver en los últimos minutos. A sufrir. La zona 2-3 de Spoelstra obligó a los Lakers a tirar 47 triples (16/47), un incómodo récord en Finales para los angelinos.

Y en ataque, la circulación y la perseverancia les dio muchos puntos, con cinco jugadores abiertos y Butler pegándose con el mundo: más de 45 minutos en pista, 25 puntos, 8 rebotes, 13 asistencias. Olynyk amenazó con ser el héroe de la segunda parte (24+9) y Herro mejoró en su segundo partido en unas Finales. Tiene 20 años. Los Heat hicieron, objetivamente, el mejor partido que podían hacer sin Dragic ni Adebayo: heridos de muerte. Pero terminó de dar la sensación e que les iba a bastar.

Los Lakers jugaron una mala segunda parte que les obligó a sufrir más de lo que parecía antes del descanso. De salida no abrieron más brecha porque fallaron una tonelada de triples completamente liberados. Después dejaron de defender, de forma incomprensible: 39 puntos de los Heat en el tercer cuarto, uno de los peores tramos atrás de los angelinos en todos los playoffs. Bien mirado, pueden pensar que sobrevivieron a un 3/19 en triples de Danny Green y Caldwell-Pope. Estos Lakers son vulnerables cuando fallan por fuera, y salvaron un día en el que fallaron mucho. Y pueden sentirse satisfechos porque escaparon de 21 puntos más desde la línea de personal de unos Heat que anotaron 31 (31/34) con un arbitraje muy severo con los contactos. Visto así, pueden pensar que sobrevivieron a un partido peligroso, en el que hicieron cosas mal y en el que las bajas de su rival podían invitar a la trampa (improbable, pero así es el deporte). Aunque en realidad solo pueden verlo de una manera: están 2-0, 14-3 ya en los playoffs, y solo les quedan dos victorias para reinar de nuevo en la NBA. Si ganan mañana, y si tienen solo un poco más de puntería parece difícil que no lo hagan, las Finales 2020 estarán vistas para sentencia.

Anthony Davis jugó un tercer cuarto monstruoso: 15 puntos para 32 totales con 14 rebotes. En total, sin embargo, estuvo peor que en su imperial primer partido. Sobre todo en defensa, donde bajó mucho en el segundo tiempo. Pero cuando él tuvo más problemas, apareció LeBron. Y si no, es al revés. Y esa es la gran fuerza de estos Lakers: sus dos estrellas suman en dos partidos de las Finales 124 puntos. Además, el banquillo volvió a aparecer con detalles de Morris y un Kuzma que alterno cal y arena, un gran trabajo de Caruso y un partido excelente, otro más, de Rajon Rondo (16 puntos, 10 asistencias, 3/4 en triples), fundamental por su excelente lectura de la defensa en zona de los Heat.